El que piense que vivir en el Caribe implica sol, playa y mar, supongo que lo empezará a dudar cuando vea lo que tardo en actualizar esa bitácora. Y si al trabajo que uno hace le suma los inconvenientes de las debilidades institucionales y la falta de defensa efectiva de los derechos ciudadanos, pues la cosa se complica todavía más. Pero bueno...
Hoy quiero contar algo que ocurre con el sistema energético del país, de por sí bastante ineficiente. Sería complicado contar lo que provoca que no exista garantía de 24 horas de luz al día, ni siquiera porque uno la pague. Pero creo que una anécdota personal sobre el asunto puede ilustrar sobre algunos aspectos que se viven alrededor de la electricidad.
Todos los meses soy uno de los que forman parte del aproximadamente 60% de los residentes en este país que pagamos la electricidad que nos brindan las empresas distribuidoras: Edenorte, Edesur y EdeEste. La que se encarga de darme luz y cobrármela es la que mencioné en segundo lugar.
Esas tres empresas fueron el resultado de un proceso de capitalización que implicaba entrar en un sistema mixto de propiedad en el que el Estado se quedaba con el 50% de las acciones y una compañía privada con el otro 50%. Lo que comenzó en el año 1999 para las tres empresas se transformó en una vuelta al anterior sistema de propiedad estatal en el caso de Edenorte y Edesur cuando el gobierno de Hipólito Mejía compró las acciones que tenía la española Unión Fenosa en ambas empresas. Todavía no está muy claro lo que ocurrió en ese caso, pero bueno, no es éste el objeto de la historia de hoy.
Decía que pago "religiosamente" la luz que consumo cada mes. O quizá sea mejor decir la que alguien en unas oficinas dice que consumo. Llevo observando desde hace un tiempo el monto de la factura que me llegan mensualmente y apenas varía el consumo, independientemente de que esté o no en casa. Es más, hay meses en los que el consumo es el mismo. Cosa extraña.
El pasado año me quejé en el momento de pagar una de las facturas porque yo había estado fuera del país en varias ocasiones, a veces hasta durante un mes, y la factura llegaba igual, o incluso más cara. Ante mis comentarios y el hecho de que puedo probar que la casa queda vacía cuando no estoy en el país, la persona que me atendió me comentó que seguramente no estaban leyendo el contador, sino que me estaban sacando el promedio.
El contador, por si alguien piensa que lo tengo escondido, es fácimente legible porque está en la calle. Así que le dije a la señorita en cuestión que no entendía para qué me habían puesto un contador, primero, y que lo que hacían no era un promedio, sino un robo.
El colmo de los colmos se produce en este mes de mayo que está a punto de acabarse. Para mi sorpresa, la factura que me llegó tenía un saldo a mi favor de algo más de 6,000 pesos, que equivaldrían a unos 190 dólares, unos 150 euros. Tomando en cuenta que mis promedios suelen rondar los 700 pesos al mes, eso implicaría no pagar la luz durante varios meses.
Pero no, nada de eso. Un día llegó a mi cuenta de correo-e una advertencia de aproximación del vencimiento del pago de la factura. Sorprendido, llamé a Edesur para preguntar, y me explicaron que habían cometido un error. "Señorita, la factura que ustedes me han enviado no dice eso, y es la que tengo. No me han enviado otra, así que por favor, mientras no me envíen la nueva, en lo que trato de que alguien me explique por qué se han equivocado, no creo que deba pagar la luz".
Cinco días más tarde, volví a llamar para ver qué pasaba con el tema. Me dieron la misma explicación y que tenía que pagar, que ya habían pasado cinco días desde la fecha de vencimiento de pago y que habían empezado a sumar los intereses por atraso.
La bronca que le monté a quien me atendió fue sonora. "Acuda usted a las oficinas y presente su caso". Pero mientras, tanto, no quise arriesgarme a que me cortaran la luz y pagué lo que me dijeron.
La verdad es que uno se siente impotente ante tanto abuso. Sobre todo cuando uno sabe que hay ricos que pueden pagar la luz y se la roban, cuando hay empresarios, políticos y militares que piensan que tienen derecho a recibir electricidad gratis. Y somos los tontos de turno los que pagamos la luz a una tarifa altísima (creo que la más alta de América Latina, y prometo averiguarlo) y más consumo del que realmente hacemos.
Voy a ver si encuentro algo de tiempo en mi ocupada agenda para, con mucha paciencia, acudir a Edesur a plantear el caso. Y luego iré al Protecom, una oficina donde se supone que protegen al consumidor. Pero eso habrá que verlo. Hasta que esto se aclare, y a pesar de que sin mi presencia han cambiado el contador (supongo que para que corra más rápido), esperaré la factura promediada, porque al paso que vamos no creo que las cosas vayan a cambiar. Y como uno no tiene dinero para ser energéticamente independiente, habrá que tragar.
29.5.06
2.5.06
Sting en Chavón
Tras un mes de silencio, por exceso de trabajo, aquí tienen algo que escribí para un medio extranjero sobre el concierto que Sting dio el pasado miércoles 26 de abril en Altos de Chavón. Espero que lo disfruten.
El anfiteatro romano de Altos de Chavón, en la República Dominicana, sirvió de mágico escenario para la “primera vez” de Sting en el país caribeño. Un lugar de ensueño en el medio del trópico para el fin de su virginidad musical en tierras dominicanas ante más de 5.000 fans y con un repertorio en el que destacaron los éxitos de su etapa con The Police. Durante una hora y treinta y tres minutos, sin apenas tiempo para respirar entre tema y tema, el músico británico y sus tres compañeros de escena demostraron que no hay que complicarse la vida para hacer vibrar a gente ansiosa de buen pop-rock. Y si al menú habitual se le añade un postre aderezado de Juan Luis Guerra a la guitarra para interpretar Fragile, hasta el caballero británico queda encandilado, se emociona y, abrazado al músico dominicano, anuncia que volverá.
Sting arrancó con un mensaje de auxilio metido en una botella en su debut en tierras dominicanas. Informal y elegante, con pantalón ancho negro y camiseta gris, acompañado de Dominic Millar y Lyle Workman en las guitarras, y de Josh Freese en la batería, presentó su Broken Music Tour en el incomparable marco del anfiteatro romano de Altos de Chavón, un pueblito de estilo mediterráneo, ubicado a unos 150 kilómetros al Este de Santo Domingo, la capital dominicana, que un arquitecto norteamericano construyó en los 70 como regalo de cumpleaños para su hija.
Palmas, gritos, cámaras de móviles, saltos, más gritos… La sonrisa del inglés delante del micrófono denotaba complicidad para una noche en la que no hubo una nota de más ni un tema de menos. Sting levantó el pie del freno y pisó a fondo el acelerador. No tenía de qué preocuparse. Sus años de “policía” le daban licencia para mostrar su clase, su estilo y su buen hacer al bajo. En cuestión de décimas de segundo metió en su bolsillo musical a un público de todos los colores y de todas las edades.
If I Ever Lose My Faith In You, Walking on the Moon, Englishman in NY, Spirits In The Material World sonaron a todo volumen y sin una distorsión. Every Little Thing She Does is Magic fue la décima en llegar. Habían pasado 30 minutos sin apenas tener conciencia de ello. Hasta que llegó un lapsus de calma. Fields of Gold dejó claro que el romance de las baladas y los mecheros también ha sido vencido por le tecnología. En una dulce oscuridad, las luces de los móviles, cual luciérnagas en noche estrellada, acompañaron la melodía de un tema que la difunta Eva Cassidy osó versionear para superar al original.
El final del menú oficial se acercaba. Voices Inside My Head dejó lugar a la mítica Roxanne, que Sting y sus músicos adornaron de jazz y electricidad durante casi nueve minutos en los que los coros del público al más puro estilo futbolístico –“eeeeooooo, eeeeeoooo, eeeeooooo”- se dejaron sentir.
Y llegó el adiós ficticio, porque apenas 30 segundos después de retirarse tras bastidores, las verdaderas estrellas de la noche volvieron a brillar. Lo que comenzó con A Thousand Years –durante la que varias jovencitas del público acompañaron al caballero en la tarima- terminó con el mito de los mitos: Every Breath You Take. Volvieron los “oohhhhh” románticos y las luces de los móviles para acompañar una melodía que nadie quería que acabase. Pero acabó.
Cuando todo el mundo pedía, “otra, otra, otra…”, llegó el momento más sagrado de la velada. Sting saltó al escenario, dio las gracias a todos y presentó al percusionista dominicano Fellé Vega, quien había servido de telonero. Y no contento con eso, el músico británico invitó a pasar al escenario a Juan Luis Guerra. No se podía pedir más. Pelos de punta, piel en carne de gallina… Toda muestra de emoción fue poca para vivir un momento en el que el artista dominicano volvió a sus orígenes como guitarrista de rock. Fragile unió a Sting y a Juan Luis en una compenetración de cuerdas que hizo de Altos de Chavón, en ese momento, un paraíso sobre una tierra a la que Gordon Matthew Summoner prometió volver.
El anfiteatro romano de Altos de Chavón, en la República Dominicana, sirvió de mágico escenario para la “primera vez” de Sting en el país caribeño. Un lugar de ensueño en el medio del trópico para el fin de su virginidad musical en tierras dominicanas ante más de 5.000 fans y con un repertorio en el que destacaron los éxitos de su etapa con The Police. Durante una hora y treinta y tres minutos, sin apenas tiempo para respirar entre tema y tema, el músico británico y sus tres compañeros de escena demostraron que no hay que complicarse la vida para hacer vibrar a gente ansiosa de buen pop-rock. Y si al menú habitual se le añade un postre aderezado de Juan Luis Guerra a la guitarra para interpretar Fragile, hasta el caballero británico queda encandilado, se emociona y, abrazado al músico dominicano, anuncia que volverá.
Sting arrancó con un mensaje de auxilio metido en una botella en su debut en tierras dominicanas. Informal y elegante, con pantalón ancho negro y camiseta gris, acompañado de Dominic Millar y Lyle Workman en las guitarras, y de Josh Freese en la batería, presentó su Broken Music Tour en el incomparable marco del anfiteatro romano de Altos de Chavón, un pueblito de estilo mediterráneo, ubicado a unos 150 kilómetros al Este de Santo Domingo, la capital dominicana, que un arquitecto norteamericano construyó en los 70 como regalo de cumpleaños para su hija.
Palmas, gritos, cámaras de móviles, saltos, más gritos… La sonrisa del inglés delante del micrófono denotaba complicidad para una noche en la que no hubo una nota de más ni un tema de menos. Sting levantó el pie del freno y pisó a fondo el acelerador. No tenía de qué preocuparse. Sus años de “policía” le daban licencia para mostrar su clase, su estilo y su buen hacer al bajo. En cuestión de décimas de segundo metió en su bolsillo musical a un público de todos los colores y de todas las edades.
If I Ever Lose My Faith In You, Walking on the Moon, Englishman in NY, Spirits In The Material World sonaron a todo volumen y sin una distorsión. Every Little Thing She Does is Magic fue la décima en llegar. Habían pasado 30 minutos sin apenas tener conciencia de ello. Hasta que llegó un lapsus de calma. Fields of Gold dejó claro que el romance de las baladas y los mecheros también ha sido vencido por le tecnología. En una dulce oscuridad, las luces de los móviles, cual luciérnagas en noche estrellada, acompañaron la melodía de un tema que la difunta Eva Cassidy osó versionear para superar al original.
El final del menú oficial se acercaba. Voices Inside My Head dejó lugar a la mítica Roxanne, que Sting y sus músicos adornaron de jazz y electricidad durante casi nueve minutos en los que los coros del público al más puro estilo futbolístico –“eeeeooooo, eeeeeoooo, eeeeooooo”- se dejaron sentir.
Y llegó el adiós ficticio, porque apenas 30 segundos después de retirarse tras bastidores, las verdaderas estrellas de la noche volvieron a brillar. Lo que comenzó con A Thousand Years –durante la que varias jovencitas del público acompañaron al caballero en la tarima- terminó con el mito de los mitos: Every Breath You Take. Volvieron los “oohhhhh” románticos y las luces de los móviles para acompañar una melodía que nadie quería que acabase. Pero acabó.
Cuando todo el mundo pedía, “otra, otra, otra…”, llegó el momento más sagrado de la velada. Sting saltó al escenario, dio las gracias a todos y presentó al percusionista dominicano Fellé Vega, quien había servido de telonero. Y no contento con eso, el músico británico invitó a pasar al escenario a Juan Luis Guerra. No se podía pedir más. Pelos de punta, piel en carne de gallina… Toda muestra de emoción fue poca para vivir un momento en el que el artista dominicano volvió a sus orígenes como guitarrista de rock. Fragile unió a Sting y a Juan Luis en una compenetración de cuerdas que hizo de Altos de Chavón, en ese momento, un paraíso sobre una tierra a la que Gordon Matthew Summoner prometió volver.
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